viernes, noviembre 03, 2017

Los virreyes, Federico de Roberto

Los virreyes (Editorial Acantilado), obra cumbre del escritor italiano Federico de Roberto, vendría a ser la hermana bastarda, ignorada, de la celebérrima El gatopardo, de Guiseppe Tomasso de Lampedusa. Y es que los paralelismos entra ellas son múltiples, empezando porque cubren la misma circunstancia y etapa histórica: la aparatosa adaptación a la modernidad de una familia de la aristocracia siciliana de tradición casi feudal a través del contexto de agitación política y el parlamentarismo que trajo consigo la unificación italiana. La pregunta entonces resulta casi obligada: ¿por qué una accedió al canon y la otra permaneció sumida en el olvido?

Los Uzeda son una familia de ascendencia española, expresión de la más alta nobleza ligada a la Casa de los Borbones en el Reino de las Dos Sicilias cuyo núcleo venía conocido como “los virreyes”. La novela de De Roberto se centra en tres generaciones de dicha familia que se suceden a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Su arranque es canónico: fallecimiento de la princesa Teresa -la cabeza de familia-, funeral suntuoso y lectura del testamento que crea disensión entre sus herederos. A través de sus intrigas nos familiarizamos con la multitud de personajes que pueblan la novela: los siete hijos, cuñados varios, personajes destacados de las familias políticas, los tíos, así como ciertos miembros de la servidumbre, algunos de ellos hijos bastardos del cabeza de familia fallecido con anterioridad.

Marcados por su tradición, por sus rígidos usos y costumbres y el alto concepto que tienen de sí mismos, así como por la impronta de la religión, tras la revolución que culminará en la unificación italiana algunos de los Uzeda muestran un creciente interés por el desempeño de la acción política lo que desata tensiones entre aquellos más apegados a la tradición y los más pragmáticos. El poder, la codicia, la hipocresía y la traición –hacia el otro y hacia uno mismo- impulsan a los miembros más destacados de la familia pero entre su catálogo de pasiones hay lugar también para el hedonismo, el capricho, el misticismo, el extrañamiento y la locura. Los seres más vulnerables son a menudo las mujeres incorporadas a la familia a través del matrimonio.  

Las tres generaciones permiten a De Roberto describir la evolución de un desmedido afán de poder: en el caso de la princesa dirigido a controlar con mano de hierro la voluntad de sus hijos incluso una vez ya fallecida; en el de su primogénito, Giacomo, a concentrar mediante el engaño la riqueza repartida entre sus hermanos y, en lo posible, de los parientes; y en el del hijo de éste, Consalvo, a obtener el favor popular  valiéndose del cinismo y la falta de escrúpulos para traducirlo en capital político, llevando hasta el extremo las prácticas ya ensayadas con éxito por su tío. Mientras Giacomo logra desautorizar a su madre sólo una vez ella ya ha desaparecido, su hijo le desautoriza a él en vida.  

La novela está escrita en tercera persona lo que permite a De Roberto saltar de personaje en personaje y ahondar en cada uno de ellos a través de la descripción minuciosa de sus motivaciones –la muy nutrida y variada galería de caracteres constituye uno de los puntos fuertes de la novela- en detrimento de las escenas basadas en diálogos, escasas en comparación. Así, la narración se nos presenta más como un choque introspectivo de personalidades. Su estructura simétrica: división en tres partes de similar extensión, cada una de ellas compuesta de nueve capítulos, transmite orden, precisión, lo que se agradece dada su extensión. La historia avanza a través de la acumulación de pequeñas tramas que se entrelazan gracias a la interacción de personajes de factura sólida, a la vez inflexibles y contradictorios.

Los virreyes culmina con una escena gráfica en la que el joven y ufano príncipe miembro de la tercera generación, recién elegido diputado al Parlamento, se justifica ante su tía moribunda, la más fiel adepta al legado aristocrático y borbónico, no ya por su decidida implicación en la acción política sino por su toma de partido por la opción progresista, desdiciéndose de todo lo que poco antes ha proclamado en público: lo importante es el poder, sea concedido por el rey o por el pueblo, a lo que ella, orgullosa y siempre vociferante, ni siquiera puede replicar dado que ha perdido el habla.

Así, mientras El gatopardo incide en la adaptación a regañadientes, lúcida pero resignada, por parte de la familia protagonista a los nuevos tiempos, lo que la dota de cierta grandeza crepuscular, Los virreyes apunta a una adaptación a la postre inevitable, conflictiva –sobre todo de puertas adentro- y oportunista, en la que el poderoso demuestra la flexibilidad necesaria para seguir prevaleciendo sobre el paciente y hasta entonces servil aspirante burgués que gracias a su apoyo buscaba sucederle. Quizás la diferencia en el enfoque se deba a que Lampedusa descendía de esa misma nobleza siciliana que retrató con cierta condescendencia y poder evocador mientras que De Roberto no. Para éste la grandeza de los Uzeda es sólo exterior, de puertas adentro reina el cálculo más mezquino. El único progreso posible consiste en reconocerlo y adaptarse. 


Esta reseña está también disponible en el número de noviembre de la revista digital agitadoras

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